fbpx

Cuando nació mi amor por las sillas Eames y me evacuaron por alerta de Tsunami

Algo que nunca les conté sobre mi amor por las sillas Eames, es cómo nació. Y sí, está relacionado con una de las mejores anécdotas de mi vida, que es cuando nos evacuaron por alerta de tsunami en Tailandia en 2012.

Hace 8 años, en abril de 2012, estábamos con mi marido terminando un recorrido de tres semanas por el Sudeste Asiático. Nuestro último destino era Phuket, en Tailandia, una de las zonas más afectadas por el tsunami del 2004.

La cuestión es que nos alojamos en un hotel chiquito y básico pero lindo, que se llamaba Baan Kamala. Al lado había un bar/restaurant, cuya decoración era muy poco asiática y muy nórdica. Y estaba lleno, llenísimo, de sillas Eames blancas con patas de madera. Ahí nació mi obsesión.

Cuando volví las busqué por todos lados. Había, pero muy pocas y carísimas. Igualmente las quería, así que me puse en campaña para vender el juego de mesa y sillas color wengue que había elegido para mi casamiento hacía seis meses (sí, seis meses) y cuando vendí mesa + sillas me alcanzó para seis Eames blancas. No dudé en comprarlas. Son las mismas que tengo hoy en mi comedor.

Quién iba a pensar que años después se exhiben en góndolas de supermercados.

Pero más allá de eso, quiero contarles sobre la alerta de tsunami. Durante los días que estuvimos ahí veíamos que estaba la ciudad llena de parlantes en la calle, nos comentaban que era por si había alerta de tsunami, y que nunca había habido ninguna. O sea, había quedado todo devastado después del 2004 y ahora estaban preparadísimos, pero nunca habían tenido que usar esos parlantes. Todavía.

El 11 de abril volvimos de la playa al mediodía y nos fuimos a hacer masajes, porque a las 18hs salíamos para el aeropuerto para volver a casa. Tipo 15hs, mientras armábamos las mochilas y mirábamos «Mi novia Polly» en la tele, nos quedamos paralizados cuando mi marido que estaba leyendo La Nación en el ipad, lee en voz alta «Alerta de tsunami en Indonesia y Tailandia». Y nosotros ahí mismo, a dos cuadras de la playa.

Fue uno de los peores momentos de mi vida. Apagamos la tele y escuchamos que hablaban por los parlantes de la calle. Salimos corriendo de la habitación hacia la recepción, para encontrarla vacía y con la persiana baja.

Salimos por una puerta trasera, para ver gente en la calle yendo para todos lados. Nosotros no entendíamos nada y sólo recuerdo mirar para el lado de la playa esperando que venga una ola gigante.

Aparecieron dos tipos en motos, y nos dijeron que ellos nos llevaban. Ya no me acuerdo ni cómo entendimos eso, si fue inglés o señas o qué. Preguntamos si teníamos tiempo de agarrar nuestras cosas y dijeron que sí. Entramos al hotel, tiramos los pasaportes en las mochilas y salimos corriendo. Literalmente corriendo y viendo si una ola nos tapaba.

Nos subimos cada uno a una moto, abrazados a esos Tailandeses que nos estaban salvando alejándonos de la playa.

Recuerdo ir por camino de montaña mirando para atrás para asegurarme que Fer viniera atrás mío en su moto con su tailandés, desesperada. Por suerte fue así.

Nos dejaron en la montaña, en un refugio preparado para la ocasión. Éramos muchísimas personas, nadie entendía nada. Hace 8 años los teléfonos no eran lo que son hoy y no había WhatsApp. No me acuerdo ni cómo logré internet y avisamos a nuestras familias vía Skype que estábamos evacuados y que estábamos bien.

Estuvimos horas ahí desconcertados, esperando la gran ola que nunca llegó, gracias a Dios.

Los turistas no entendíamos nada. Los tailandeses estaban desesperados. Todos recordaban la tragedia del 2004, que había sido devastadora y de la que tanto tiempo habían tardado en levantarse. No me olvido más de un grupo de adolescentes todas con uniforme azul llorando, seguramente más de una había perdido a alguien.

Cuando la ola no llegó, y nos confirmaron que ya no llegaba, nos bajaron hacinados en camionetas. No me acuerdo cómo pero llegamos al hotel otra vez, dónde el copado del dueño ya había levantado la persiana y nos contó que se había refugiado en el piso más alto, que era el tercero. Se dio cuenta enseguida de lo mal que había estado al bajar la persiana y al no ir avisando habitación por habitación lo sucedido.

Se ofreció a llevarnos al aeropuerto. Todos los vuelos habían sido cancelados, el nuestro ya lo habíamos perdido. Nos bañamos rápido, todavía con miedo, y nos fuimos al aeropuerto.

Ahí empezó una nueva travesía, que era cómo volver. Dormimos en el piso de la oficina de la aerolínea Qatar, para ver si encontrábamos pasaje de vuelta para el día siguiente. Como no teníamos toda la vuelta por la misma aerolínea nos querían hacer pagar pasaje nuevo, porque nuestro vuelo desde Bangkok sí había salido, sólo que nosotros no habíamos podido salir desde Phuket.

Por suerte después de mucha desesperación, vueltas y escalas, salió todo bastante bien. 68hs después estábamos en nuestra casa. Fue claramente la vuelta más larga de nuestras vidas.

Pero volvimos. Habiendo pasado mucho miedo pero con una de las mejores anécdotas de nuestras vidas. Y la firme decisión de comprar unas sillas Eames.